
Desde mi perspectiva, todos
tenemos muchos aspectos que nos definen: carácter, formas de interpretar o
distorsionar la realidad, manejo y expresión emocional, actitudes y conductas.
Estos aspectos, además de conformar nuestra forma de ser, sentir y actuar, nos
pueden generar conflicto interno o con los demás en algún momento. La mayoría
de nosotros pedimos ayuda profesional para
modificar estos aspectos o bien limar o paliar sus consecuencias, generadas a raíz de problemas
recurrentes, golpes de realidad o malestar psicológico. Es decir, en aquellos momentos en
el que la ansiedad, la depresión, el dolor ante una ruptura, o el «otra vez ha pasado lo mismo...», nos
impiden seguir con nuestra forma de vida. Otras veces, ese malestar llega de
forma difusa: estamos mal, aunque no sepamos que está pasando: «Mi vida está bien, no tengo grandes
problemas y, sin embargo, siento que algo no funciona». En otras ocasiones,
son las personas que nos rodean quienes detectan que algo en nuestra vida no va
bien: problemas en nuestra relación con la comida, frecuentes cambios de humor,
estrés, agresividad...
A veces, la oportunidad de conocernos o de modificar aspectos que son
dañinos para nosotros es atravesar una crisis (de mayor o menor
intensidad). Desde el punto de vista psicológico, una crisis es una oportunidad
para crecer, madurar, cambiar algunos aspectos que nos hacen sufrir o nos
generan conflicto. Pero las crisis no
necesariamente tienen que ir unidas a situaciones negativas, sino que también
se relacionan con sucesos que plantean un desafío. Lo importante es no quedarse
en la crisis sino salir de ellas. Como decía A. Einstein, hay que probar cosas nuevas: «si buscas resultados distintos, no hagas
siempre lo mismo». Por otro lado, es importante ser conscientes de que
modificar ciertos aspectos no significa convertirnos en personas diferentes en
nuestra esencia, sino hacer unos cambios que generen buenos resultados.
Nuestro carácter o lo que podemos llamar nuestra esencia no lo vamos a cambiar. De hecho, ¿por qué habríamos de hacerlo si eso es lo que nos convierte en únicos y
especiales? Aceptarnos es la base de la autoestima. Para aceptarnos lo primero
es conocernos o al menos tener una aproximación a ello. La aceptación comprende
asumir lo que nos gusta y lo que no nos gusta de nosotros. Conocerse implica
acercarse a uno mismo con sinceridad y claridad, para lo cual suele servir de gran ayuda
alguien que haga de espejo o nos señale los puntos clave. A veces son amigos o
familiares, aunque a estos generalmente no se les hace caso, quizá por no ser neutrales
o porque simplemente no les damos crédito. En estos casos un profesional de la
psicología puede ser un apoyo en el proceso.
Paradójicamente, aunque aceptar lo que consideramos
nuestros puntos fuertes, aspectos positivos, lo bueno de nosotros es algo fácil en teoría, a veces no lo es si convertimos nuestros valores en nuestro peor enemigo. Por ejemplo, la
exigencia puede llevarnos a esforzarnos y a conseguir grandes logros, pero
también puede hacernos esclavos del control y nunca disfrutar de lo conseguido,
algo así como «nunca es suficiente». En
otras palabras, el autoconocimiento nos llevará a saber identificar el afán de
perfeccionismo y la aceptación a no criticarse por ello, al menos en exceso. A
partir de ahí necesitaremos estrategias o herramientas para paliar, frenar o
modificar esta tendencia. En muchas ocasiones, darse cuenta y hacer cambios uno
mismo es complejo y aquí es donde entran otras personas que nos hacen de
espejo. Y, como decía antes, a menudo la persona más adecuada es un buen profesional.
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