Los estudios de los últimos años revelan que
las dietas muy restrictivas no son efectivas. Es decir, no
proporcionan que el peso alcanzado se mantenga de forma duradera. Gracias
a estos estudios, esta afirmación ya tiene carácter científico y no solo
proviene de la observación frustrante de las personas que viven esclavizadas y
con sensación de impotencia ante la imposibilidad de alcanzar o permanecer en
un peso.
Reducir el peso corporal y mantenerlo es
algo que preocupa a una gran parte de la población. La necesidad de perder
peso puede ser un tema de salud cuando médicamente hay un problema, pero
otras veces puede ser debido a la imposición de unos cánones de belleza que
excluyen la diversidad, o tal vez, la forma errónea de una búsqueda de la
autoestima a través de la imagen corporal.
Según la investigación actual son mejores unas
pautas sanas, referidas a la ingesta (variación de alimentos y varias tomas al
día) unida a la práctica adecuada de ejercicio físico.
El peso depende del hambre y del gasto
energético, pero nuestro organismo tiende a mantener un peso corporal, este
concepto se conoce con el nombre de «Setpoint» o «Punto de ajuste». La
Dra. Sandra Aamodt compara este mecanismo con el de un termostato. Es decir,
nuestro cerebro tiende a mantener un peso independientemente de lo que hagamos,
igual que el termostato hace con la temperatura. La zona del cerebro encargada
de ello es el hipotálamo, el cual regula ese aspecto según lo que considera
adecuado para nosotros. El «Punto de ajuste» no es una cifra, oscila entre 4 y
7 kilos. Es algo inconsciente, no depende de lo que queramos o consideremos.
Este sistema de regulación del organismo está relacionado con la evolución del
ser humano. A lo largo de nuestra historia, la humanidad ha pasado periodos de
hambruna y el cerebro ha «aprendido» a mantenernos vivos. De acuerdo a esta
teoría cuando una persona pierde un peso considerable, el organismo piensa que
está sufriendo un periodo de hambruna, por lo que incrementará la sensación de
hambre y la musculatura consumirá menos energía para intentar permanecer en el
peso. Según estudios del Dr. Rudy Leibel de la Universidad de Columbia, cuando
alguien pierde el 10% de su peso corporal quemará unas 200 o 250 calorías
menos. Lo que no va a favorecer el descenso de peso, si no todo lo
contrario. Otra investigación realizada en las universidades de Exeter y
Bristol también va en la misma línea, los regímenes de muy bajas calorías hacen
que el organismo incremente las reservas de grasas (la persona acumula en zonas
corporales) y generan que tenga más hambre. Este aumento del apetito podría ser
el responsable de que los individuos, sometidos a dieta o después de
ella, tengan mayores ingestas o incluso atracones de comida, algo que
probablemente antes no les había ocurrido, con lo que podrían aumentar su peso
corporal. Las conclusiones de estos estudios solo han considerado variables
biológicas sin observar las variables psicológicas individuales, pero aún así
evidencian y explican buena parte de los fenómenos observados por las personas
que están frecuentemente a dieta o padecen un trastorno alimentario.
El comienzo de una dieta no es algo inocuo
para el organismo. Hacerlo de forma habitual dificulta experimentar las
sensaciones de hambre y saciedad. Es decir, se altera la percepción de hambre
al aprender a ignorar las indicaciones del organismo. Todo ello produce gran
confusión en la persona, que empieza a preocuparse por lo que come y a temer
excederse. Cualquier persona que haya estado a dieta un tiempo ha podido
experimentar cierta confusión o alteración con sus sensaciones internas o temer
haberse pasado en la ingesta, aunque haya sido ligeramente. Eliminar la
ingesta de alimentos de forma excesiva, sin control experto y mantenido en el
tiempo, puede producir alteraciones en la persona a niveles físicos,
emocionales, cognitivos y sociales.
· Físicos:
descenso de la grasa corporal y musculatura, trastornos gastrointestinales,
pérdida de fuerza, alteraciones en el sueño, dolores de cabeza, sensación de
mareo, aumento del frío corporal (manos y pies), pérdida de cabello, incluso
incremento de la sensibilidad a la luz y al ruido, entre otros.
· Emocionales:
apatía, tristeza, culpa y cambios de ánimo, acompañados en ocasiones de
irritabilidad y agresividad.
· Cognitivos:
obsesión y preocupación por la alimentación, dificultad para la concentración y
el aprendizaje, descenso de la comprensión y alteraciones en la capacidad para
razonar.
· Sociales:
descenso del interés en la realización de actividades con otros y aislamiento.
Una dieta puede ser el factor más directo e inmediato para padecer anorexia.
Los episodios de restricción también podrán dar paso a la bulimia. En la que,
además de la reducción de la ingesta, aparecerán los atracones.
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