jueves, 24 de noviembre de 2016

¿Cuáles son los trastornos de la conducta alimentaria?

Aunque el incremento de personas que los padecían aumentó a finales del pasado siglo, ya existían descripciones médicas anteriores. Fue Morton, un médico inglés del siglo XII (sí, hace casi mil años), quien describió por primera vez un cuadro de anorexia. La denominó consunción nerviosa, considerándola ya entonces como una afección física derivada de alteraciones nerviosas. Muchos siglos más tarde, a finales del XIX, los doctores Gull y Lasègue realizaron descripciones más precisas de este trastorno prácticamente de forma simultánea. Es al primero a quien se debe el nombre de anorexia nerviosa, el cual destacó la necesidad de realizar un diagnóstico diferencial y la importancia de buscar causas en la vida de las personas que la padecían. Lasègue describió el trastorno casi como lo conocemos en la actualidad, destacando que las medicinas destinadas a estimular el apetito no eran eficaces y señalando la necesidad de efectuar cambios en las relaciones familiares de los afectados para recuperarse.

El reconocimiento de la bulimia nerviosa como alteración es mucho más reciente, apareciendo las primeras referencias en la década de los años 50 del siglo XX. En la bulimia hay que distinguir claramente dos aspectos: por un lado está el comportamiento de ingesta incontrolada (del que aparecen datos en la historia que se remontan al siglo XVIII) y, por otro, las dietas restrictivas, el rechazo a ganar peso y las conductas de purga para el control del mismo. En 1979, Rusell consideró la bulimia como una variante de la anorexia, debido a que un gran porcentaje de pacientes con bulimia tienen antecedentes de haber padecido anorexia nerviosa.

El trastorno no especificado de conducta alimentaria (TCANE) se corresponde con cuadros incompletos. Es decir, los afectados no sufren todos los síntomas o no al menos en la proporción determinada para ser incluidos dentro de un diagnóstico de anorexia o bulimia. Son los de mayor porcentaje en la población y también necesitan tratamiento.

Irene Alonso Vaquerizo, psicología, TCA, trastornos alimentarios, trastornos alimenticios, terapia,










El  gran desconocido

El trastorno por atracón (TA) es quizá el menos conocido y se ha incluido recientemente (2013) dentro del Manual de Diagnóstico Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM-V) de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA). El diagnóstico de trastorno por atracón (TA) ha sido un tema controvertido debido a su similitud con los síntomas de la bulimia. El proceso  de clasificación y diferenciación ha sido complejo. En los años cincuenta del pasado siglo, el profesor Albert Stunkard observó que algunas personas que padecían obesidad, aunque querían solucionar su problema de peso, experimentaban atracones de comida de forma compulsiva. Tres décadas más tarde, en los años ochenta,  fue cuando la investigación dio un paso más al concluir que algunas personas con obesidad tenían atracones pero no cumplían criterios de bulimia. A partir de entonces, se propuso el nombre de trastorno por atracón. Las personas que sufren TA experimentan una menor preocupación por la figura, recurren menos a las dietas que las personas que padecen bulimia y no presentan conductas compensatorias: vómitos, abuso de laxantes y diuréticos, así como tampoco ayunos prolongados y ejercicio físico compulsivo. Sin embargo, en relación con quienes solo sufren obesidad, las personas que padecen trastorno por atracón y obesidad experimentan mayor preocupación por el peso, mayores alteraciones de personalidad y peor calidad de vida. La importancia del diagnóstico es necesaria para proporcionar un tratamiento adecuado y eliminar la crítica social : «tú no adelgazas por falta de voluntad». Sin embargo, no deberíamos olvidar nunca que la obesidad y el TA son enfermedades.
   
Los datos sobre el porcentaje de las personas afectadas por este trastorno no son claros. Lo que parece evidente y puedo comprobar con frecuencia en mi consulta es que sigue aumentando y que este asunto afecta ya a la salud pública. Es complicado conocer el número de personas que lo sufren debido a que muchas no se encuentran en tratamiento y otras pueden estar recibiendo ayuda por otros problemas psicológicos. Por otra parte, reconocer el trastorno puede ser todavía en la actualidad un tema tabú o un motivo de vergüenza para el afectado. La Universidad Abierta Interamericana señala que el 54% de las mujeres podrán padecerlo en algún momento de su vida, de las cuales un 70% serán adolescentes. En lo referente a los hombres podría padecerlo un 38%. Son sin duda cifras a tener en cuenta.


30-N Día internacional de la lucha contra los TCA

La idea de crear un día que recuerde la lucha de las personas contra estos trastornos, surgió de la iniciativa de las administradoras de una página de Facebook a finales del año 2012.  El símbolo sería una pulsera o cinta de color azul claro en la muñeca izquierda que representase la esperanza, la fe y la solidaridad, pero también podría ser un lazo del color mencionado.
Entendemos por trastornos alimentarios anorexia nerviosa, bulimia, trastorno no especificado de la conducta alimentaria (TCANE) y trastorno por atracón (TA). Son alteraciones de origen psicológico que pueden llegar a tener una repercusión física de menor o mayor gravedad, no son una moda, un capricho o una elección. A una persona que padece depresión no sirve de nada decirle: «¡Anímate!», sino que es contraproducente o incluso de mal gusto, porque evidentemente, si pudiera estar más alegre lo haría. Igualmente, una depresión diagnóstica es una enfermedad mental, no un día malo o de bajón. Así, del mismo modo, una persona que padece un TCA no puede comer o dejar de hacerlo por sí misma como si fuera un acto de voluntad. Es más, no se va a recuperar  solo por alimentarse mejor, aunque lo necesite. Deberá aprender a estar mejor con ella misma y no solo en relación con la alimentación, la figura…, pero para ello necesitará ayuda experta y estrategias terapéuticas para lograr sentirse mejor internamente y con quienes le rodean. 
Los síntomas de los distintos trastornos alimentarios pueden ser diferentes, pero todos los que los padecen comparten una insatisfacción o sufrimiento personal, una fuerte autocrítica, una dificultad del manejo emocional y una baja autoestima, que se expresa a través de su relación con la comida y la preocupación por la figura. Además,  suelen experimentar ansiedad e incluso depresión. Padecer una alteración psicológica de este tipo afecta a diferentes áreas de la vida: académica, profesional, familiar, social... Situaciones que pueden ser normales para quienes no lo sufren (ir a clase, reuniones con amigos, comidas familiares, viajes, ir a la playa...) se pueden convertir en auténticos retos para ellos.
30 Noviembre, Día internacional de la lucha contra TCA, Irene Alonso Vaquerizo











Como menciono en mi libro Ana y Mia no quieren ser princesas. La cara oculta de los trastornos alimentarios de Editorial Meridiano, es bueno que eliminemos unas cuantas ideas erróneas sobre de los TCA y tengamos en cuenta que:


  • Estos trastornos van más allá de la comida, son enfermedades que perturban la vida de quienes los padecen. Lo que vemos desde fuera, los síntomas con la comida o el ejercicio, son solo la punta del iceberg de lo que les sucede. El problema es psicológico y mucho más serio y profundo.
  • Padecerlos no es una decisión de la persona. Estos trastornos no aparecen de repente y van mucho más allá de querer estar delgado. No son un capricho, ni una llamada de atención, ni es cuestión de vanidad o de querer ser modelos...
  • Experimentan un malestar interno, aunque a veces no sepan expresarlo o pedir ayuda. Se sienten solos, tristes, ansiosos...  El trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es egoísta o manipulador, no quien lo padece. Es el problema el que puede hacerles parecer egoístas o manipuladores.
  • La apariencia externa puede ser o no saludable. Estas personas pueden tener un bajo peso, peso normal, sobrepeso u obesidad.
  • Aunque la edad de inicio más común es en la adolescencia, también podemos encontrar adultos que los sufran.
  • La mayoría son mujeres. Sin embargo, también hay hombres que los padecen. Y cada vez más.
  • La recuperación implica recibir tratamiento y va más allá de conseguir un peso adecuado. El aprovechamiento del mismo depende de la aceptación del problema por parte del afectado. Para ello necesitará atravesar etapas en la conciencia de su alteración. La recuperación es larga e implica varios años. 
  • La comprensión y el apoyo adecuado de familiares y amigos es una ayuda fundamental dentro del proceso de recuperación.
  • Las críticas a su figura o su relación con la comida suelen generarles problemas. Por ello, ante la duda, mejor hablar de otras cuestiones y no hacer referencia a estos aspectos.
  • La vida de las personas que los padecen se ve alterada en diferentes áreas. Situaciones que podemos considerar simples como vestirse, salir a la calle, comprar ropa, ir a clase, al trabajo o una reunión familiar, pueden convertirse en un autentico desafío. 
  • Necesitan amor y compresión, no juicios. Lo cual no significa que no se les pueda expresar una opinión o límite.
Aprovechemos este 30 de noviembre para concienciar a la sociedad de la importancia de estos trastornos y de su prevención. Esta será nuestra principal contribución para avanzar en la solución de estos problemas.


domingo, 13 de noviembre de 2016

¿Podemos aprender a ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío?

Irene Alonso Vaquerizo, psicología, optimismo, trastornos alimentarios, TCA

Estoy convencida de que somos capaces de ver el vaso medio lleno, aunque quizá necesitemos entrenamiento psicológico. Hacerlo nos ayudará a cuidar nuestra salud mental y también a mejorar en procesos terapéuticos.

Como menciono en mi libro Ana y Mía no quieren ser princesas. La cara oculta de los trastornos alimentarios,  algunas personas que sufren trastornos alimentarios (TCA) adolecen de pesimismo a la hora de enfrentarse a las eventualidades de la vida, incertidumbres, problemas... La actitud optimista se considera un factor de protección contra las enfermedades, tanto mentales como físicas. Por ello, de alguna manera, no desarrollar el optimismo es un factor de vulnerabilidad para padecer un TCA. Esta capacidad no implica una utopía ni una negación de los problemas, como tampoco tiene que ver con no poder experimentar diferentes emociones como tristeza o frustración. Es aprender a centrarse en fomentar una actitud positiva. Es decir, desarrollar la confianza en nuestras capacidades y puntos fuertes para poder superar los problemas y eventualidades de la vida. 

Tradicionalmente, la psicología se ha centrado exclusivamente en el estudio de la patología y la debilidad del ser humano, llegando a identificar y casi confundir psicología con psicopatología y psicoterapia. Esta perspectiva reduccionista ha convertido la psicología en una «ciencia de la victimología» (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000). Además, históricamente, la psicología ha concebido al ser humano como un sujeto pasivo, que tan solo reacciona ante los estímulos del ambiente.

A finales del siglo pasado, el psicólogo Martin Seligman, con el apoyo de investigadores de la talla de Mihaly Csikszentmihalyi (conocido en España por su libro Aprender a fluir) creó la Psicología Positiva. Este enfoque psicológico se centra en el análisis de los aspectos y las fortalezas humanas, con el fin de desarrollar una actitud positiva que ayude a afrontar los sucesos del día a día. Esa actitud sirve para fomentar aspectos positivos como la alegría, la felicidad, el amor... así como fortalezas humanas: optimismo, el sentido del humor, la creatividad, la autorregulación, la esperanza y la resiliencia.

La relación de variables como el optimismo, el humor o las emociones positivas en los estados físicos de salud se alza como uno de los puntos clave de la investigación. El objetivo sería aportar nuevos conocimientos acerca de la psique humana no sólo para ayudar a resolver los problemas de salud mental, sino también para alcanzar mejor calidad de vida y bienestar, todo ello sin apartarse nunca de la más rigurosa metodología científica propia de toda ciencia de la salud.

Se ha hablado mucho de la ansiedad y la depresión. Sin embargo, características como la alegría, el optimismo, la creatividad, el humor, la ilusión... han sido ignoradas o explicadas superficialmente. Las limitaciones de esta focalización en lo negativo comienzan a ser puestas en evidencia en los últimos años y en diferentes trastornos. Investigaciones llevadas a cabo últimamente han comenzado a desarrollar estrategias de intervención basadas en la estimulación del sujeto deprimido con emociones positivas como alegría, ilusión, esperanza, etc.

El optimismo es, por tanto, uno de los puntos centrales de la psicología positiva, al relacionar, por un lado, las expectativas positivas y objetivos de futuro y, por otro, variables como la perseverancia, el logro, la salud física y el bienestar.  El interés moderno por el optimismo nace de la constatación del papel que el pesimismo juega en la depresión. Son ya muchos los estudios que muestran que el optimismo tiene valor predictivo sobre la salud y el bienestar, además de actuar como modulador sobre los eventos estresantes, paliando el sufrimiento y el malestar de aquellos que lo padecen, o bien tienen estrés o enfermedades graves. El optimismo también puede actuar como potenciador del bienestar y la salud en aquellas personas que, sin presentar trastornos, quieren mejorar su calidad de vida. Se ha observado que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y la depresión  se encuentran relacionados, especialmente en las personas que padecen bulimia. 

En las últimas décadas el sentido del humor y la risa se han convertido en un importante objeto de estudio en la psicología positiva. La investigación ha demostrado que la risa reduce el estrés y la ansiedad y mejora la salud física y la calidad de vida, debido a lo cual han proliferado terapias e intervenciones clínicas basadas en ello. No lo dudemos: reírnos es una buena terapia.